jueves, 17 de diciembre de 2009

Nieva

Inés mira pensativa apostada en la ventana. Fuera nieva silenciosamente, es la primera nevada de este “casi invierno”. Hace ya días que las luces navideñas adornan la ciudad y las conversaciones de la gente tienen un toque de alegría distinta al resto del año. Los villancicos y los mercadillos vuelven a formar parte de su vida durante unas semanas.

Desde siempre, ver nevar provocaba en Inés una eterna fascinación infantil. Incluso pasados los años, su excitación seguía siendo la misma que de niña, producto probablemente de haber crecido en un lugar de la costa.

Sin embargo, hoy un halo de nostalgia acompaña a los copos que caen. Quizás sea el paso del tiempo, ¡cosas de la edad!, quizás el cambio de rol en su vida, pasando de hija a madre. Quizás son más demoledores sus miedos y por ello la nieve ya no le trae alegría sino melancolía. Para combatirla, enseña los copos a su hijo y le narra cuentos sobre trineos y muñecos de nieve, pero en ocasiones, como esta mañana, no puede dejar de pensar en que cada copo que cae es un momento, un recuerdo vivido y perdido. Suspira, decidiendo moverse, apartando la vista de la calle.

Inés no sabe muy bien por qué siente esa opresión en el pecho. No entiende por qué le palpita una sensación de despedida de la que no se puede desprender. Cada año la misma tristeza durante estas fechas, cada año la misma falta de aliento encerrada en un adiós. Algo se acaba. La sensación de “fin” le acorrala, sin que sea capaz de mirar al frente, a lo que aún está por llegar.

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