viernes, 31 de julio de 2020

Que la fuerza te acompañe

Microrelato.

Nueve de la mañana de un viernes. El cielo azul profundo y despejado anuncia un grandioso día de verano. El último del mes de julio.
Ël, negro como el tizón, sonrisa socarrona, cuerpo salsero y la gracia reflejada en la manera de llevar su gorra la ve salir de la tasca.

Ella, sonriente y enérgica parece que se dispone a comenzar su fin de semana o quien sabe si sus vacaciones por la despedida del camarero desde la barra, cuando él la espeta: - Y que la fuerza te acompañe, guapa.

martes, 2 de junio de 2020

"Sin"

Este año nos hemos quedado sin Feria del Libro. Ni paseos, ni casetas, ni firmas, ni actividades, ni charlas con los libreros y libreras de la ciudad buscando títulos. Así que este cuento va dedicado a esa "orfandad" de Feria.


SIN nació para ser famoso.
¡Y no era para menos! Hermoso, brillante, con un nombre sugerente y una personalidad única.
Estaba escrito en su destino.

Lo decía, confiada, su familia: - SIN es hermoso -.
Lo decían, ilusionados,  en el entorno: - SIN es brillante -.
Lo dijo, entusiasmada, cada persona que lo vio la primera vez: - SIN es único-.

SIN llegó como un regalo y fue todo un fenómeno artístico desde el primer momento. - ¡Qué salero tienes! – le gritaban en todas partes al conocerle.

Aparecía en los periódicos,
participaba como protagonista en actividades con su círculo más cercano,
era aclamado y esperado por una legión de admiradores,
era abrazado hasta cada casa con expectación.

Definitivamente, pensaba él: - me quieren, me cuidan, me miman. Tengo la vida perfecta con la familia perfecta para mi. No me extraña que me llamen SIN el afortunado -.

Su vida estaba llena de color.

Pero poco a poco, poco a poco, poco a poco, todo CAMBIÓ. La verdad es que él solo hizo lo que debía hacer, aquello para lo que había nacido.

Al principio SIN ni se dio cuenta pero dejó de aparecer en los periódicos,
de participar en actividades con su círculo más cercano,
de ser aclamado y esperado,
y de ser abrazado hasta cada casa.

Esa palabra que parecía acompañarle como un apellido, AFORTUNADO, desapareció.

Y SIN acabó a oscuras.
Retirado,
Apartado,
por viejo, gastado y demasiado usado,
porque ya no valía NADA para NADIE.

SIN desapareció de todos los lugares donde había sido querido y aclamado, de las vidas de los niños y niñas. Todo el mundo lo olvidó y él sintió como si su pasado se borrara, como si ya no existiese. Y no comprendió aquel cambio.

Por primera vez en su vida, sintió algo nuevo pero que no le gustaba nada porque le daba miedo, se sintió MUY SOLO.

Ya no tenía cariño, ni admiración.
ya no le quedaban amigos. Todos se apartaron.
ya no tenía HOGAR, le echaron.

Solo le quedó una CAJA de cartón en la que vivir y que encontró en una esquina de la calle junto a un portal.

Se convirtió en SIN, de apellido, TECHO.

SIN estaba tan perdido.
Sin trabajo.
Sin familia.

Su caja era su única protección, su resguardo, la manta que le daba calor.

Nunca, nadie miraba la caja cerrada.
Nunca, nadie se paraba junto a la caja.
Nunca, nadie le buscaba.
Nunca, nadie la abría.
Nunca, nadie le daba la mano.
Nunca, nadie le daba un abrazo.

El tiempo pasaba muy despacio dentro de esa caja. Dentro, sentía pasar los meses y las estaciones. Su caja, en una esquina junto a un portal era su único refugio. Notaba la lluvia, el frío, el calor y con él solo vivía su única compañera, la tristeza. Oía las voces de los vecinos que decían que esa caja estorbaba en su portal y en su camino. Sufrió desprecio y hasta le hicieron daño.

SIN perdió la esperanza. Se le escapó en un suspiro por un hueco de su caja de cartón.

Su vida se volvió negra.

Hasta que un día…
… un día, cuando ya no tenía ninguna esperanza, la caja se abrió.

A SIN se le había olvidado ya cómo era el mundo fuera de la caja.

De ese mundo que había olvidado asomó una cara sonriente, con unos ojos grandes y dulces y una sonrisa de mujer más dulce todavía.
Era una desconocida.
- ¿Qué estaba pasando? – pensó SIN. Esa cara le gustaba, no tenía miedo. - ¿Quién será? -

La caja se movió un poco y unas manos delicadas le sacaron suavemente de la caja.

Las manos de la mujer sonriente acariciaron su portada.
Leyó despacio cada una de sus hojas. Se paró a observar cada una de las ilustraciones coloridas.

Una voz alegre y cantarina salió de su boca para exclamar: - ¡menuda joya de cuento!-

SIN pensó: - ¡Me ve! ¡Me ve de verdad! ¿Volveré a existir para alguien? -.

Y la mujer, decidida, le habló: - A partir de ahora vendrás conmigo. Viajaremos juntos -.
- Te contaré,
te narraré,
te explicaré,
te mostraré a todo mi público por todo el mundo.

Sal de tu caja y ven conmigo. Y todo el mundo conocerá la historia de tu interior, puesto que desde hoy yo seré TU NARRADORA.

Meses más tarde SIN, viendo una biblioteca llena a rebosar de niños, al otro lado del océano, que le miraban asombrados en las manos de su narradora, pensó: - Soy SIN, el afortunado.

jueves, 28 de mayo de 2020

Duende

Dedicado a una conversación telefónica en confinamiento. Las amistades, por suerte, no quedan confinadas.

Dicen que Ella siempre supo qué quería ser o quizá no. De niña soñaba a lo grande: aventurera, piloto de avión, astronauta o incluso pitonisa. En su adolescencia desarrolló una fijación con la carrera diplomática y de hecho sus huesos dieron con la facultad de derecho como escenario previo a hacer realidad sus sueños. 

Y dicen que a partir de ahí en su línea de la vida algo se torció o puede que se diluyese tenuemente hasta que su sueño se volvió invisible.

Lo sepultó la necesidad de aceptar cualquier trabajo que se le ofreciese, los cambios de cuidad, de domicilio, los contratos precarios, los tiempos en paro y la búsqueda de un salvavidas en forma de formación académica nueva a la par que innecesaria. Lo acorraló la cotidianidad a golpe de necesidades, el miedo, la precaución y esa falta de autoestima. Lo mató el todo y la nada, una juventud que pasaba entre inconsciente y cegada por un efímero presente que se volatilizaba entre las casillas del deber y el querer.

Cuentan las malas lenguas que nada saben que luego llegó el amor y filtro de olvido. Nada saben porque fue el de verdad, el que esas lenguas envidian, el bueno que sanó heridas y fue reparador. El que supo no solo mirarla sino verla, que creía en ella y  que era tan sencillo y normal como real. De ese amor creció un proyecto de viaje, de vida, niños y nació como madre. Todo cambió. Todo se revolvió y de golpe, sí de golpe, un nuevo caos y una nueva forma de vida.

Recaló en una ciudad antigua, medieval, gris piedra y bufanda color azul río y sombra verde arboleda. La urbe se coló en su presente que buscaba serenarse en su vida. Hosca, fría y ventosa esta ciudad, Ella sentía que no acababa de ligar con su nuevo hogar. Por de pronto la mesetaria población cerró su círculo maternal y colocó cada cosa en su lugar sin que ella fuera consciente de esos movimientos estratégicos del universo.

En ello estaba, inmersa en esa maternidad completa y absorbente cuando hete aquí que un duende se coló en su alma. Un remolino diminuto que parecía brisa y era torbellino o como torbellino disfrazado de brisa, según la necesidad.

Nadie lo ha visto jamás por supuesto aunque siempre se habló de él desde tiempos muy antiguos. En nuestro lenguaje y en nuestro imaginario se encuentra incluido, no en vano existe la expresión, "tiene duende"en el sur. Ya hace ya siglos que saben de su existencia pero el norte más frío y seco se ríe de esas leyendas. Ella, por supuesto, tampoco acabó nunca en creer en él.

Aun así llegó un momento en que se hizo evidente que algo había cambiado. Algo hizo ese remolino invisible que su día a día había dado un vuelco y que sus ojos ya no miraban nada igual, sus oídos ya no oían lo que los demás. Sus manos primero y más tarde su boca quisieron empezar a contar. 

Una noche, a la hora bruja de dormir, arremolinados en el abrazo de Morfeo le pidieron un cuento inventado. ¿Un cueno?, pensó, ¡imposible!. El ser invisible sopló desde su diminuto espacio y de su boca surgió un cuento. Y a la noche siguiente otro. Y otro. Así fue y así hizo. 

Dicen que comenzó a escribir y escribir. Todo lo que fue capaz, todo lo que pasó por su mente. Decidió fotografiar. Y por su esto fuera poco se atrevió a salir a la calle y contar y contar. Frecuentó narradores y librerías y participó de la vida literaria de la ciudad. Un universo de palabras que se enredaban para formar  de manera ordenada y sofisticada o ancestral historias fascinantes que tras contarse se convertían en eco en plazas y calles. Sortilegio que nos hace sentirnos acompañados y que lo invisible se vuelva visible, que al silenciado se le restituya lo robado.

El duende llegó quien sabe cuándo exactamente y quién sabe cómo. De algún modo encontró el resquicio para colarse en su alma algo perdida y difusa convirtiéndola en su hogar y comenzó paciente su labor.

Ella se cree la misma de siempre aunque en verdad desde ese año que marcó aquella última mudanza, el duende comenzó a tejer nuevos deseos que se convirtieron en dueños del corazón de aquella mujer.




viernes, 1 de mayo de 2020

Ira y el mar

A todas esas mujeres fuertes y libres que se aman y viven su vida.

A Luna que lleva la estirpe en la sangre.


Ira siempre ha estado ligada al salitre, la arena y el mar. Desde el principio, apurando su presente y probablemente para siempre.

Nació en un pueblo costero de calles empinadas y casas bajas y coloridas, impregnado de olor a salitre y puerto. Creció en él mecida y acompañada por las olas que rompían una y otra vez sin descanso. Mientras, cada lugareño se enfrascaba en su quehacer habitual. Pescadores que iban y venían, mujeres en el mercado o cosiendo redes, niños bulliciosos recorriendo las calles hacia la pequeña escuela o revoloteando en las tardes de juego.

La influencia que ejercía ese lugar en concreto, “su playa” como enseguida comenzó a llamarla, apropiándose completamente de ella, fue notable para todo el mundo a su alrededor. Allí dio sus primeros pasos y resonaron sus risas de chiquilla. Allí el océano vigiló sus juegos y apoyó sus primeros sueños.

Ira niña, corría, jugaba, creaba, nadaba, soñaba, descalza en ella. La playa era Ira-libre, la risa de la cría quedaba flotando en el aire horas después de que ella buscara descanso en su hogar, enredada en la brisa de la costa. Escapaba dejándose llevar.

- El mar me habla, el mar me cuida - repetía cuando le preguntaban que encontraba de especial allí. Conforme fue creciendo aquel lugar de juegos se convirtió en algo mas íntimo. Refugio para su soledad, meditación para sus dudas, consuelo para sus lágrimas. Testigos fueron las conchas y la espuma de su primer beso, de su primer amor, de su primer desamor.

Ira-niña creció. Se convirtió en mujer y todo el pueblo seguía viendo las horas que pasaba en su lugar favorito. Su casa a lo largo de los años se llenó de objetos que el mar depositaba a sus pies y le iba regalando.

El océano la llamó aun más en esa dualidad masculina y femenina intrínseca en su nombre. El mar, la mar. Era un todo. Inmenso y fuerte, atrayente y traicionero. Feroz y manso. Envolvente y cautivador en su murmullo. Fiel amante.

La vida siguió su curso natural, etapa a etapa. Ella se convirtió en una artista artesana totalmente influenciada por su experiencia vital. Rodeada siempre de ese halo acuático.

La noche que Ira nació como madre las olas batían furiosas contra las rocas del acantilado en medio de un temporal. Parecían conscientes del vaivén de las contracciones de la mujer, de su respiración, de sus quejidos y sus gestos. El mar en puro movimiento, como si estuviera alerta, esperando para ver la nueva vida que se abría camino en el cuerpo de su pequeña sirena de tierra.

Ira nunca se sintió tan visceral como libre, tan consciente del momento, del dolor, del presente, fuera del espacio y el tiempo, oyendo casi sin saberlo, el rugir del viento y del mar. De algún modo se sintió transportada a recuerdos del pasado entre rompientes.


Pocos días después como si de un ritual de presentación se tratara la mujer bajó a presentar a su bebé. - Este lugar, nuestro, tuyo conmigo y para siempre, aun cuando yo ya no esté. Le susurró. Una ola rompió a sus pies y la mujer sintió que era la bienvenida a ese “cachorro” que presentaba.

De nuevo, igual, años después cuantas veces devino de nuevo madre. Fiel a su frase Ira alimentó, cantó, meció, durmió y crió perpetuando en la sangre de su sangre su amor por la arena, el salitre y el mar que siempre habían anidado en su piel como parte de ella misma. Nunca le faltó tribu que la sostuviera, acogida por su pequeño pueblo pesquero, arropada y protegida por su especial relación con la playa.

Con ella nació y se extendió toda una estirpe de mujeres ligadas a la feminidad, la maternidad y la mar. Artesanas y acompañantes de otras generaciones.

El pueblo las supo diferentes, adoradoras en tierra de lo oceánico. La estirpe de Ira se multiplicó en varias generaciones femeninas, a las que Ira enseñaba los secretos que el mar le dictaba. Aprendieron a conversar con él, a entender sus razones, a escuchar las señales tal y como la matriarca había hecho desde niña.

Ira enfrascada en sus manos y sus olas apenas se percataba del paso de los años.

Su pelo clareó volviéndose blanco como la espuma. Su tez se arrugó, su mirada se cargó de sabiduría mientras las mujeres-agua se extendían, niñas, jóvenes, maduras.

Una tarde templada de otoño, el mar la llamó más fuerte que otras veces, imperioso. Ira se acercó a la playa despacio y se recostó mirando el atardecer. El sol se escondía en el horizonte, sumergiéndose en el mar y ella de pronto deseó alcanzarlo y sumergirse con él. Alzó lentamente su mano, señalándolo y cerró los ojos. De sus labios salió su último suspiro que se enredó en la brisa de la tarde que lo transportó hasta ese sol ya escondido en su mar.

Ira-libre, Ira-sirena.

Siempre.

jueves, 30 de abril de 2020

Leo y Amelia

“De repente es como si me hubieran dicho tenía que ponerme al volante de un Ferrari” C.


A todos esos niños y niñas con ese universo que es un auténtico Big Bang.


Él es Leo.
Sus papás siempre cuentan que al nacer ya tenía los ojos bien abiertos y la cabeza bien erguida.

Ella es Amelia.
Las amigas de su mamá comentan con ella que su mirada ya de bebé era una mirada anciana que sugería sabiduría.

Leo quiere ser científico.
Amelia suspira por ser bailarina.

A Leo le gusta dibujar en colores vivos y variados.
Soñar con las estrellas,
y con fósiles,
y los doscientos tipos de dinosaurios que se sabe,
y con el Big Bang y los agujeros negros.

Amelia se pregunta donde viven las mamás el de los personajes de sus cuentos y llora si a un amigo suyo le pasa algo feo. Defiende lo que considera justo y protesta por lo injusto en casa, en el colegio y en el parque.

A Leo le molestan mucho los ruidos muy fuertes, los petardos, los fuegos artificiales, la megafonía de las fiestas. Se tapa los oídos y cierra fuerte los ojos deseando que se termine.

Y aunque nunca se lo cuenta a nadie lleva dos calcetines de pares diferentes en cada pie, vueltos del revés porque le molestan las costuras.

Leo se pasa horas y horas entre puzzles y piezas de construcción.
Él piensa en números y pregunta a su mamá qué es el alma.

Amelia baila con las olas, siente música en todas partes y se cuelga de los árboles en verano.
Ella le dijo a su mamá que dormir le quitaba tiempo para jugar.
Leo se aburre en clase y se imagina historias.
Amelia en su pupitre no sabe parar y a veces siente que no encaja. .

Las emociones las sienten ambos tan intensas que casi les engullen como la ola de un tsunami.

Leo y Amelia no se conocían hasta que un día enredados en sus bailes y sus números se chocaron. Se miraron y sus miradas se reconocieron. No tardaron en hacerse amigos esa tarde.

Y hablaron y hablaron. Y jugaron y jugaron.

Empezaron a contarse cosas a trompicones, deprisa y Leo descubrió que él bailaba con los números y Amelia que sumaba ritmos con su cuerpo al compás de la música.


Leo y Amelia decidieron seguir juntos el camino de sus sueños.

Caminaron,
Preguntaron,
Aprendieron.
Caminaron,
Preguntaron,
Aprendieron.

Así cientos de veces. Miles de veces. Cientos de miles de veces.

¿Leo? Leo es investigador en el acelerador de partículas, escudriña el corazón de las cosas.

¿Amelia? Amelia es primera bailarina en el Albert Music Hall y emociona cada noche.

domingo, 24 de febrero de 2019

Amore

Una plaza vacía. Un joven sentado conversa por teléfono. El silencio me trae sus palabras haciéndome cómplice incómodo.

AMORE

Qué injusto suena el amor,
cuando su primer nombre es "des".

O quizás las personas,
qué injustos sus besos en palabras,
qué injustos sus silencios.

Qué difícil el perdón envuelto
en un "lo siento" de ida y vuelta,
escondido tras una fría llamada
tan amarga como imperfecta.

El espacio se empequeñece,
su rostro se oscurece
y la falsa primavera,
esa en la que se envolvían,
marchita aparece.

Y en su tono de voz decepcionada,
él le pide que le devuelva la luna
que le bajó la primera noche.
Y en sus manos afectadas,
un gesto de reproche.

Se cierra el círculo
de una historia ya contada.

La plaza suena a ecos pasados,
levanta el viento susurros helados,
balada triste d'amore, banda sonora de la despedida,
y en las piedras...
y en las piedras sus lágrimas
labran un adiós consumado.

martes, 13 de marzo de 2018

Aprender el arte de narrar con Ana Griott

- Ven - me dijeron. 
- Viene a contarnos cuentos para mujeres una narradora. Ven, no te lo puedes perder. Encenderemos las velas, nos reuniremos arropadas por la noche y escucharemos cuentos tradicionales. Ven, tienes que verla y oírla -.

Y así lo hice. Y es lo que tienen estas chicas libreras ya amigas, que no fallan.

Fui. El ambiente, el espacio, la compañía cómplice y ella protagonista en el centro, regalando cuentos de aquí y allá, con la mejor de sus sonrisas o como confiesa ella con sencillez, "con la mejor versión de sí misma".

En un momento dado, durante un cuento de esa primera vez, extendió el brazo y la palma, dejándola cara arriba, mostrándola, en actitud abierta... el gesto acompañaba la narración de cómo un personaje abría una puerta. Llenaba el espacio, se palpaba el cuento.

Esa noche abrió la puerta de la narración para mí. Me encandiló de principio a fin y cada visita que ha hecho a mi ciudad, allí he estado para disfrutarla una y otra vez. Siempre descubriendo matices, redescubriendo cuentos, sorprendiéndome una y otra vez de la capacidad de unión que levanta un cuento contado. Nos hace oyentes iguales, nos cuenta verdades en presente y nos hace aldea única a todo, absolutamente todo el globo terráqueo sin mares ni fronteras que nos diferencien. Aldea rica en culturas pero con simples variantes de los mismos cuentos y leyendas para recordarnos, quienes somos, de dónde venimos y como he escuchado estos días "ayudarnos a transitar seguros por nuestros propios caminos".

Durante estas dos últimas semanas la narradora ha vuelto. Esta vez con una maleta cargada de libros y saberes. Esta vez ha venido a mostrar, a enseñar, a tejernos a todas y cada una de nosotras, nuestro primer traje de narradora. Grupo de la escuela Griott.

Un grupo de mujeres, heterogéneo, curioso, risueño, cómplice que ella ha unido desde el primer segundo en el que comenzó este "laboratorio de cuentos". Abrió su maleta, su corazón, sus experiencias y su saber, salpicado de anécdotas, emociones, recursos y datos. ¡Qué maravilloso universo el de la narración! Qué riqueza, cuanta reflexión a través de lo que se narra sobre la Humanidad. 

Para poder escribir todo lo que estoy viviendo debería dejar que el "runrun" que me provoca reposara unos días más. Que macerara toda la experiencia completa, la volviera del derecho y del revés. Con los días, ya pausada, ya tranquila, escribirla, despacito.

Sin embargo mi cabeza bulle de ideas, de claves, de recursos, de ritos y sobre todo de ganas de contar. Contar, contar y contar. 

¿Y quien es ella? quién es ella... siempre lo pienso cuando la miro. Es Ana Cristina Herreros, es Ana Griott. ¿Será Anita o Anina para alguien? ¿Cuánto de Ana Cristina? ¿Cuánto de Griott? ¿Cuánto de académica, de editora, de narradora, de mujer, de viajera empedernida y observadora, de escritora, de estudiosa? Todas y cada una salen a la palestra entre explicación y explicación. Entre anécdota y anécdota, entre narración y narración.

Y en cada sesión de este laboratorio, tras ella... nosotras, cada una con sus inseguridades, sus preguntas, su experiencia previa o no, su exposición al abismo de la que cuenta... por primera vez  o no, para regalárselo al público presente. Deseando conectar.

Y ella, sonriente, positiva, poniendo en valor nuestro esfuerzo y nuestras ganas, porque para ella, todas contamos ya, todas sabemos contar, todas tenemos qué contar.

Faltan unas horas para culminar nuestra sesión en este grupo con tanta ilusión. Esta tarde apuraremos, absorberemos, nos dejaremos el alma escuchando, aprendiendo. Esta tarde, una a una, durante unos momentos nos pondremos nuestro nuevo traje de narradoras, nos erguiremos con nuestras emociones y con cada gesto, daremos nuestra mejor versión, para que quienes nos escuchan sientan, en presente, la verdad del cuento. Tal y como ella nos está mostrando.

Narrar es un arte y es un arte mayor que no deberíamos olvidar, que no nos podemos permitir olvidar ni apartar. Nos acerca a nuestros mayores, devolviendo su memoria, su voz. Nos acerca a los pequeños, enseñándoles, mostrando que lo que intuyen, lo que buscan es cierto y les es debido, como la restitución de la justicia, el poder del humor y lo que verdaderamente significan los monstruos, que no son lo que siempre temí de cría entre las sombras de la noche en mi cama sino lo que he escuchad de boca de Ana.

Narrar me parece todo un nuevo mundo dentro del cual solo he dado mis primeros pasos pero si te dicen que tienes algo que contar y piensas para ti que por eso mismo decidiste escribir... no puedes negarte. Y si quien te está sonriendo a la par que gestualiza que te abre la puerta es "la Griott", menos. Solo te queda devolverle la sonrisa, respirar y dejarte llevar.