martes, 5 de enero de 2010

Regalo de Reyes para un sauce

En la ribera derecha del río Arlanzón, junto al Puente Malatos, se alza hermoso un sauce llorón. Era un sauce triste y no por su nombre sino porque se sentía solo en esa orilla del río. Justo al otro lado, sus primos los chopos vivían juntos y eran felices. El sauce, desde su lado, les miraba con tristeza y envidia, añoraba alguien con quien hablar y compartir los días.


El invierno era especialmente duro, con sus días grises y fríos, entre nieves y heladas de madrugada. Durante esa época del año, aún se sentía más abatido inmerso en su aislamiento. Aprovechaba las ráfagas de viento y acariciaba con sus ramas las frías aguas del río, pensativo. Contaban que los árboles del centro de la ciudad quedaban engalanados de luces durante las fiestas navideñas. Y él, ¿qué tenía? Quién le acompañaba?

La noche de Reyes, como todos los cinco de enero, vio a los Magos pasar por el puente Malatos, completamente enfrascados en la noche más especial del año. Suspiró profundamente y los Reyes oyendo su suspiro se pararon junto a él. Melchor alzó majestuoso su cabeza y le preguntó por el motivo de su desamparo. El sauce agitó suavemente sus ramas y susurrando les relató cómo le pesaba su soledad.

Los Magos escucharon en silencio y tras mesarse las barbas, sonrieron. Gaspar le dijo que olvidara su pesar pues no había motivos para llorar. Baltasar, tomando la palabra le explicó que nunca había estado solo y que no lo permanecería en el futuro porque él era parte de la vida de la ciudad y del barrio. Le aconsejó que a partir del día siguiente y hasta la próxima noche de Reyes observara con detenimiento a su alrededor. Y los tres Reyes quedaron en volver a preguntarle cómo se encontraba justo un año más tarde.

La siguiente noche de reyes, trescientos sesenta y cinco días después, cumplieron su promesa y se pararon bajo sus ramas para que les contase. Nada más verlos el sauce encantado les explicó que tenían razón. Durante todos esos meses se había sentido muy acompañado por todos las personas que se acercaban al río. Muchos días de invierno abrigaba y acompañaba a un abuelo que se acercaba con sus nietos para dar de comer a unos patos que se habían instalado definitivamente en esa zona del río. En verano, una madre solía bajar a sentarse a su sombra, junto a su bebé, buscando un poco de fresco. Extendía una manta y mientras el bebé observaba el correr del agua o miraba entusiasmado las hojas del sauce, la mamá leía mil y una historias que el también veía desde lo alto. Y así podía contarles un sin fin de historias, de gentes, que durante ese año habían formado parte de su vida y le habían hecho partícipe de la suya, sin casi saberlo. Había guardado confidencias de enamorados, había visto correr a los niños, había sido testigo del descanso de los peregrinos que iban hacia Santiago.

Los Reyes Magos asintieron más que satisfechos pues era precisamente lo que querían demostrar al árbol. Así que se despidieron para proseguir con sus quehaceres, dejando en la vera del río a un sauce feliz.

A veces, si sabemos mirar a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que quizás no estamos tan solos como pensamos. Es cuestión de parar un momento y observar.

1 comentario:

  1. ¡Preciosa historia! Yo a veces también me siento como ese sauce.

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