miércoles, 19 de diciembre de 2012

Madre Tierra

A ML.
A la tribu (por contestarme).

Gracias por las pistas.

Miró al suelo. Bajo sus pies descalzos hierba y tierra.  Cerró los ojos y se dejó llevar. Lo conocía desde niña, era parte de su infancia, de sus recuerdos y de la magia de lo que representaban. Y escapaba, volvía a ese mismo lugar siempre que tenía ocasión. Era capaz de moverse por él incluso así, con los ojos cerrados. A pesar de mantener los ojos cerrados para retener la pureza del momento, de algún modo era plenamente consciente de los colores que le rodeaban, verde de la hierba, rojo de las amapolas que inundaban los campos aledaños, marrón de esa tierra fértil, los trigales tornándose amarillentos.

Había tardado un año en volver, demasiado tiempo. Sentía palpitar la cercanía del verano alrededor. El día era cálido, el sol comenzaba a calentar a pesar de ser primera hora de la mañana. Notó algo de aire, una ligera brisa mañanera que aliviaba a duras penas el calor que se presentía para mas tarde. Quizás a última hora de la tarde acabara cayendo una tormenta que aliviara los rigores del calor, anuncio prematuro de la estación que estaba por llegar.

No le pesó el madrugón para caminar, de hecho había llegado hasta allí caminando a buena marcha, sintiéndose ligera. Si pasaba demasiado tiempo sin volver, lo añoraba. Ahora, conectada a la Tierra, sentía que se recargaba. ¡Qué silencio!. Solo silencio y desde el silencio se fueron abriendo paso distintos sonidos: una abeja de camino a algún lugar, pájaros, el arroyo cercano. Se fue abriendo a esos sonidos, apenas imperceptibles  siempre perdidos, absorbidos en la vorágine de la capital y notó como su espíritu despertaba.

Respiró hondo y en su interior resonaron unas risas infantiles. Sonrió pensando - "Sus niños" -. Eran sus niños. Se despediría de ellos en un par de semanas. Les observaría marcharse junto a sus padres, contentos, revoltosos, excitados ante la perspectiva de unas vacaciones tan largas y jugosas como las de verano. Dispuestos a exprimirlas como algo tan natural como la vida misma.

En plena estación de la cosecha ella sentía que recogía sus frutos en la despedida de cada pequeño, de cada familia y les dejaba ir a sabiendas de que había tenido la oportunidad de hacer aquello que todavía despertaba todos sus sentidos.

Si pudiera traerlos aquí algún día. Les descalzaría e intentaría que sintieran la fuerza de la tierra, de la Madre Tierra. Una excursión, una clase de experimentación al aire libre, fuera de las aulas.

Conociendo la infancia, lo más probable es que de poder realizar la experiencia solo habría que dejarlos hacer... casi sin  guía... porque ellos estaban mucho más conectados instintivamente a la Naturaleza que los adultos. De ahí esa atracción por ella, esa capacidad para disfrutarla, para curiosear en ella, para ver en una piedra, en una hoja, en un palo, objetos maravillosos, dignos de estudio y de diversión inagotable.

- "Y sin embargo, nos alejamos de todos estos espacios, los encorsetamos, los, modificamos, los enlatamos. Le hemos dado la espalda totalmente a la madre tierra, a la diosa naturaleza" - pensó.

Fue olvidando los nervios, las prisas, los ruidos urbanos, las manecillas del reloj que se rebelaban a diario en su contra, haciéndole correr para poder apurar los días. Al igual que las raíces de los árboles que le rodeaban, se fue recargando de savia nueva. El agotamiento que había sentido durante las últimas semanas fue desvaneciéndose ante aquellas risas imaginarias, a través del agua que corría por el arroyo... a la par que sentía que surgían ideas y nuevos proyectos.

La Madre Tierra la recogía, abrazándola, después de todo aquel esfuerzo. La sostenía y la revitalizaba. Así el ciclo volvería a empezar un otoño más, llena de energía.

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