sábado, 25 de abril de 2009

Un nuevo comienzo

Retiró la manta con la que se envolvía, se secó las lágrimas con un movimiento rápido y se levantó para encenderse un cigarrillo mientras se acercaba a la ventana. Se apoyó en el quicio, mirando sin ver. Fuera hacía un día gris y desapacible. Estaba resultando ser un otoño lluvioso y frío como hacía años que no se daba. La gente en las aceras agarraba el paraguas con paso firme y apenas se entretenía en su camino.

Lara, mirando al infinito, se preguntaba qué habría pensado Pablo en ese último instante, qué habría sentido. Lo consideraba un pensamiento casi morboso pero no podía quitárselo de la cabeza. La verdad es que ahora daba igual. Pablo ya no estaba, ya no lo abrazaba y sintió un escalofrío.

Apagó el cigarrillo que había dejado consumir entre sus dedos y se encendió otro. Volvió al sillón y se tapó nuevamente con la manta. Había olvidado encender la calefacción al llegar a casa, había olvidado encender una luz al oscurecer y la habitación había quedado como su vida, en penumbras. Menos mal que los niños estaban pasando unos días con sus padres porque ella no tenía fuerzas ni para quererlos.

Pero Pablo solo había hecho una cosa, sólo una, llegar a casa, soltar a bocajarro que se había vuelto a enamorar, había llenado un bolso con cuatro ropas y al salir solo se había despedido con un “ya pasará alguien a por el resto de cosas”. Para Lara era peor, Pablo había muerto, ¿cómo podía haberle hecho esto?. ¿qué había pasado? Cuando habían empezado a enfriarse las cosas? Por qué ya no sentía nada? Qué había pasado con todo ese amor que recorría la casa hasta entonces?........ ¿hasta entonces? Hasta entonces no, solo los primeros años.

¿Y ahora qué? ¿Debía llorarle o debía llorarse a si misma? No había tiempo, él, desde luego no se lo merecía y ella, ella siempre había dicho que cualquier cosa antes que dar lastima, así que ¿iba a ser ella la que rompiera su propia regla? Tenía mucho trabajo por delante. Tenía que recomponer su vida, ¡su vida!, y no sabía ni por donde empezar. Cuando se casó con Pablo decidieron aumentar inmediatamente la familia y al año llegaron los gemelos, Borja y Beltrán. Un par de años más tarde y sin planearlo llegó la princesa de la casa, Celia, el ojito derecho de su padre. Así que Lara se dedicó siempre a su familia, aparcó su titulo de licenciada, su trabajo de ocho a seis y decidió que la vida le regalaba una vida cálida, abnegada y cómoda. Pero al cerrar la puerta Pablo la había dejado sola con los tres pequeños y hasta con Duki el perro. Esa vida cómoda se había convertido en una bomba de relojería que acabaría estallando en sus manos si no hacía algo pronto.

Mañana amanecería de nuevo y la vida seguiría sin esperarla. Tenía que sobreponerse de alguna manera y recomponer su vida paso a paso. ¿Por dónde empieza una a buscar las piezas de un puzzle que han saltado en mil pedazos y las vuelve a unir hasta conseguir una imagen distinta de la anterior?

Empezó por poner la calefacción y encender la luz, así de simple. Se sentó en el sofá del salón y llamó a sus padres para hablar un rato con sus hijos. Los gemelos le contaron que habían pasado la tarde con el abuelo cogiendo cangrejos en la playa y Celia le explicó que había ayudado a la abuela a hacer bizcocho y que ya le había guardado un trozo. Al colgar, por primera vez en semanas, sonrió. Los niños seguían ahí, estaban bien y disfrutaban de las cosas simples y bellas de la vida. Cuando volvieran a casa tenían que encontrarse con su mamá de siempre, bastantes cosas habían cambiado ya, bastantes cambiarían a partir de ahora y bastantes preguntas tendría que responder. Sin pestañear cogió la agenda y llamó a María su mejor amiga para decirle que se sentía mejor y que ya era hora de salir, de tomar las riendas de la situación y gritar, sobre todo gritar. María fue la primera en oír el grito de socorro y no tardó nada en aparcar su coche debajo de casa para quedarse con ella. Se encontró con una Lara distinta, llena de energía, empaquetando las cosas de Pablo, finiquitando ese pasado que había repasado una y otra vez entre lloros hasta esa noche.
Cenaron tranquilamente, como casi todas las noches desde que Pablo se había ido pero esta vez la cena no transcurrió en silencio. Hablaban de la manera de conseguir un trabajo para Lara, hablaban de un nuevo comienzo y a Lara esa cena le supo como ninguna otra antes, le trajo sabores nuevos y dulces como una promesa de algo nuevo.

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