Él extiende los bracitos. Con esos ojos oscuros y grandes que tanto amo, le pide un abrazo en un gesto claro e inequívoco. Se miran, uno anhelante, el otro, sonriente, recoge la petición, fundiéndose ambos. Primero es intenso, fuerte, enérgico, pero poco a poco ambos se relajan y se dejan llevar por la música que suena de fondo, suave, lenta. Se mecen al compás, sus respiraciones a la par, juntos, dos cuerpos que se vuelven uno y así dejan pasar el tiempo, los segundos, los minutos, sin preocuparse por el reloj.
Una voz dice, - “papá”. Es mi hijo, que está justo donde quiere estar, con quien quiere estar y como quiere estar, en brazos de su padre, meciéndose al son de la música que su padre tararea suavecito, cerrando los ojos, tranquilo, relajado. Nuestro pequeño va cerrando los ojos, arrullado por su padre, vencido por el cansancio.
Los observo desde la cama, esperando, en silencio, no merece la pena interrumpirles en este momento. Ambos se tienen, se sienten, se quieren, ambos son felices con ese abrazo intenso y largo y a mí me hace inmensamente feliz verles así.
Una voz dice, - “papá”. Es mi hijo, que está justo donde quiere estar, con quien quiere estar y como quiere estar, en brazos de su padre, meciéndose al son de la música que su padre tararea suavecito, cerrando los ojos, tranquilo, relajado. Nuestro pequeño va cerrando los ojos, arrullado por su padre, vencido por el cansancio.
Los observo desde la cama, esperando, en silencio, no merece la pena interrumpirles en este momento. Ambos se tienen, se sienten, se quieren, ambos son felices con ese abrazo intenso y largo y a mí me hace inmensamente feliz verles así.
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