El reloj señaló las siete en punto de la tarde y el tren inició su entrada en la estación, tan puntual como siempre. Chirrió mientras frenaba y se paró, aguardando a los pasajeros.
Como cada tarde se subió al tren de las siete, de regreso a casa. El día no había sido fácil. Había discutido con dos proveedores, había lidiado con un cliente tremendamente insatisfecho y furioso y, como colofón, en la reunión trimestral de objetivos, el jefe provincial les había dejado boquiabiertos y asustados con las expectativas para los tres meses de verano.
Mientras pensaba malhumorado que en cuanto llegara a casa cenaría cualquier cosa que encontrara en la nevera, se sentó en el vagón semivacío. Dos estudiantes con sus mp4 puestos, absortos en su música, y el resto, cuatro trabajadores, desperdigados, inmersos en la lectura o con la mirada perdida en la ventana.
Se acomodó y cerró los ojos. El trayecto duraría tres cuartos de hora. Tres cuartos de hora para machacarse pensando un poco más. Sin embargo, el vaivén del tren lo adormeció. Cuando volvió a abrir los ojos, no supo bien donde estaba. En realidad no habían pasado más que unos minutos, a lo sumo un cuarto de hora, pero la cabezada lo había desubicado.
En ese momento el tren comenzó a atravesar un túnel. Inicialmente ni se percató. Hacía el trayecto a diario y ya casi ni le prestaba atención. Y esa tarde menos que nunca, con las ganas que tenía de llegar y acostarse. Pero unos minutos después un presentimiento sin forma hizo que su corazón empezara a palpitar más fuerte. ¿Por qué no salían del túnel? Seguían el trayecto de las vías, a oscuras, con el eco propio de la construcción subterránea. Pero no recordaba que fuera tan largo.
Uno a uno el resto de los pasajeros se percataron de la situación y comenzaron a murmurar asustados. Pasaban los segundos, los minutos y ninguno conseguía vislumbrar una luz, el final del oscuro pasillo. La oscuridad parecía hacerse cada vez más tenebrosa, el ruido de la marcha del tren más estridente y lúgubre.
El manto exterior de tinieblas persistía, amenazante. Parecía que iba a tragarse el vagón. Conforme su angustia creció, comenzó a sentirse mal. Notaba la boca seca y una sensación vaga de mareo. Su corazón latía con fuerza, cada vez más deprisa y sus manos temblaban. Le costaba respirar. De seguir esto así, se volvería loco casi de inmediato. El miedo atenazaba sus sentidos y empezaba a desvanecerse mientras oía los primeros gritos de angustia del resto de los pasajeros. Intentó aflojarse la corbata y desabrocharse los botones del cuello de su camisa. Un llanto histérico fue lo último que escuchó de ruido de fondo.
Después, mucho después: la noche, la nada.
En la estación de destino, la megafonía anunciaba que el trayecto del tren de las siete había quedado suspendido. Ni tan siquiera había salido de la estación de inicio.
Mon es rápido además de corto. Intenso. En cualquier caso les deseo lo mejor.
ResponderEliminarCreo que en tus manos está traerlos, mandarlos a alguna isla, o mantenerlos en el limbo/suspense.
El beso.
Me acabas de dar una idea jantonio:
ResponderEliminarAbrimos una encuesta: ¿qué hacemos con este tren?
Hay muchas posibilidades, como indica jantonio. Como tú, Mon, eres tan creativa y escribes tan bien, elige por dónde quieres "tirar". Yo, eso sí, me inclinaría por algo positivo (por ejemplo, que cada pasajero ha estado en su particular paraíso imaginario, que han entrado en otra dimensión, etc.).
ResponderEliminarAB
pues yo lo dejaría así, porque ahí esta la magia del cuento: que cada lector imagine ese destino.
ResponderEliminarMuy bueno, Mon :)
Mi intención inicial es dejarlo así, para mantener esa sensación de angustia...
ResponderEliminarYo también lo dejaría así. Pienso que cada uno puede ponerse en la piel de ese viajero, internarse en su propio túnel y dibujar su final.
ResponderEliminarPersonalmente, ya he hecho la experiencia. Esta vez ha sido un final algo trágico. Pero más adelante volveré a leerlo y seguro que el final será diferente, más alegre o más divertido quizás.