lunes, 1 de noviembre de 2010

Carta de Soledad ("Savia Nueva II")





Foto Flickr: JFG Cádiz

¿Recordais a Soledad, del relato de "Savia nueva"? ¿Recordais la carta que le escribe a Lola?

Queridísima y añorada Lola:

Estoy disfrutando de un rato de tranquilidad en la playa. Bajé hace un rato, hoy no me apetecía acercarme a casa a comer. Pensé que podía picar algo mientras aprovechaba para relajarme a la orilla del mar. ¿Recuerdas cuantas veces te hablé de estas playas en el hospital?

Sé que hemos hablado hace un par de horas y que te extrañará recibir esta carta. Es cierto que todo lo que quiero escribir lo sabes ya, es cierto que lo puedo hablar contigo cuando quiera pero me apetecía plasmarlo aquí, en un papel en blanco. Tómatelo como un favor, como mi última terapia.

Esta hoja que comienzo a garabatear es como mi propia vida, es "mi presente asumido". Puedo decir en voz alta que he dejado atrás todos y cada uno de los fantasmas que me atormentaban y abro ante mí una puerta con un nuevo comienzo. No creo que exista mucha gente en el mundo con semejante oportunidad.

Si levanto la vista y miro al frente veo un inmenso mar azul. Hoy sopla poniente y está encrespado. Que fuerza tiene el mar, es poderoso. Casi podría asegurarte que estoy sola, lo que aumenta más mi sensación de paz interior y mi necesidad de confidencia. Te escribo desde La Caleta. Te encantaría. Contiene en su arena y sus olas toda la historia y la esencia de la ciudad de Cádiz.

Déjame que cierre los ojos y respire hondo. Comienzo:

¡Cuántos años de soledad para Soledad! Cuántos sueños rotos! Cuánta incomprensión, cuánta maldad, cuánta indiferencia hiriente! Tú lo conociste y lo supiste ver. Te bastó una simple mirada en la escena que presenciaste en mi habitación del hospital, al poco de llegar. A mí me costó casi una vida entera aceptarlo y deshacerme de ese lastre. Casi una vida porque la leucemia casi me aparta de este mundo y me hubiera ido ciega de dolor y encadenada.

Cuando lo conocí, me deslumbró. Así, sin más. Sentí un fogonazo en mi corazón y desde que me dió los dos besos de rigor al presentarnos, dediqué todo mi tiempo a pensar en él. En sus ojos verdes tan pícaros cuando sonreía. Con esa boca tan sensual, ese cara varonil y bella. Su porte me fascinó, tanto, que pasé por alto algo que se observaba al ver su actitud en general: era un egoísta. Un egoísta egocéntrico incapaz de pensar en algo o alguien que no fuera él. Su vida, sus amigos, su ocio, sus caprichos, su trabajo: cualquier cosa iba delante de mí y yo, ¡yo!, me conformaba con las migajas.

De novios nos veíamos muy poco así que yo me esforzaba por intentar ser feliz en una mentira. Construí mi propia relación basada en mis sueños y no en realidades. Pasábamos tan poco tiempo juntos que me empeñaba en que esos ratos rebosaran magia, dejándole hacer y deshacer a su antojo, sin opinar, sin quejarme, dejándome llevar creyendo que con esa actitud conseguía mejorar nuestra relación sentimental. ¡Ay ingenua de mí!

A veces no podía evitar compararnos con las parejas de mis amigas; ellas perennemente sonrientes y enamoradas, colgadas del teléfono horas y horas, de la mano paseando por el malecón. Nosotros jamás íbamos de la mano, a él no le gustaba y si yo tímidamente buscaba su contacto, él se encargaba de separarse bruscamente sin ningún tipo de disimulo, demostrando todo su desprecio. Era yo quien le llamaba siempre, él estaba ocupado o pensaba hacerlo más tarde. Era yo quien le buscaba, él siempre tenía tiempo para sus amigos pero no para mí. Y no supe ver, no supe aceptar. Estaba obnubilada, ciega de amor y mendiga de sus caricias.

Nos casamos. Resultó ser tradicional, ¡ya ves! y nos casamos. Lo dejé todo por él. Mi carrera de música, mi trabajo de profesora y me dediqué a nuestro hogar mientras él así lo dispuso. Yo, la joven promesa de la que hablaban los periódicos locales, desapareció, sin explicaciones.

Al principio decidió que me quería en casa, solo para él y yo creí que era todo un halago. En realidad quería una criada. Eternamente insatisfecho, la comida siempre estaba mal, las camisas siempre tenían algún defecto y estaban mal planchadas, la casa recogida y coqueta siempre se podía volver a desordenar en cuanto entraba por la puerta para aprovechar a regañarme por no haber sabido aprovechar mi tiempo.

Poco a poco consiguió que yo pensara que no valía nada, que era una desorganizada que debía agradecerle infinitamente cuanto hacía por mí. Fui dejando de lado amistades y familia, escondiéndome, siempre justificando mis heridas físicas y emocionales. Me encerré y me encerró en cuatro paredes, a su merced. Conforme pasaban los años me instalé en mi propio universo de rutinas y mentiras. Los días pasaban sin pena ni gloria, consumiéndome sin que yo quisiera hacer nada por liberarme. Ni tan siquiera consideraba que debía apartarme de tanto dolor si era yo la que no sabía estar a la altura de las circunstancias ni de mi marido.

Fragmentó mi mente. Deshizo mis sentimientos, me convirtió en un ser inerte y lo que es peor, yo no era consciente de ello. Fui su marioneta y lo consentí.

En éstas, llegó la enfermedad a mi vida. Sin previo aviso. Al principio casi sin síntomas pero realmente sin tregua. Irónicamente durante las primeras semanas, durante los primeros meses cuando aún asumía la situación, no sé quien me destruía más si él o la enfermedad.

Supongo que, sin saberlo ese fue el momento clave y ella la detonante del cambio. Fue entonces cuando elegí un camino en la encrucijada más difícil de mi existencia. Y se ve que acerté. El resto…. Ya lo conoces de primera mano, permaneciste siempre a mi lado como una amiga, como una hermana.

Agradecida y siempre tuya,


Soledad.

1 comentario:

  1. Me ha encantado volver a saber de Soledad, y leer esta carta que es tan maravillosa como el relato que la precedió.

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