Sacudió su paraguas y lo apoyó en la esquina del descansillo, junto a la puerta de casa. Fuera diluviaba. Pensó - "el cielo también llora".
Nada más despojarse del abrigo se dirigió a la habitación. Sin titubeos hasta que llegó a la puerta. Se paró en el quicio. De golpe. No pudo seguir.
Cerró los ojos, sintió cómo le salían las lágrimas y apoyada en una pared volvió a llorar. Cuando se calmó, no quiso esperar más. Un solo paso y ya estaba dentro.
Miró alrededor. Todo estaba tal cual ella lo había dejado. No le había dado tiempo a tocar nada. Estos dos días se había visto arrastrada por el mar de visitas, pésames, la última despedida. Recordó cómo la había visto salir de casa por última vez y sintió que el vacío de su corazón se ensanchaba y se expandía como un agujero negro sin fin.
Tanto tiempo juntas. Tantos cuidados, tanta dedicación… y ahora tendría que aprender a vivir. Sola. A sus años. ¿Cómo iba a afrontar a partir de ahora cada amanecer que viera?
No quería esperar más. Estaba decidida a empezar desde ese mismo instante. Recogería sus cosas, las ordenaría, las clasificaría. Guardaría, regalaría, tiraría. Toda una vida en un golpe de vista y entre sus manos. Ciento un años de recuerdos, de experiencias.
Una vida longeva y difícil, ¿la habría sentido plena?. ¡Había sufrido tanto, había pasado tanto!. Soledad, penurias, sacrificios…pero de todos modos, desde que ella había nacido siempre estuvieron juntas. Madre e hija. Jamás se habían separado. Hasta hacía dos días.
Mientras se puso a la labor, pensó:- "me he pasado toda mi vida acumulando cosas, quizás sea el momento de empezar a pasar el resto desprendiéndome de ellas".
Y en silencio... comenzó de nuevo, desde cero.
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