Aquella mañana se sintió rara. No sabía cómo estaba tan segura de que apenas había amanecido. Ya apenas podía abrir ni los ojos. El cuerpo le pesaba, el cansancio le sobrepasaba pero se sentía extrañamente lúcida.
Una mano cálida agarró la suya tan flácida, tan anciana, tan delgada. Aquella mano, era conocida, él había venido a buscarla. Entones y sólo entonces fue consciente de lo que sucedía en aquel amanecer. Era su amanecer, el de ambos, su reencuentro.
Comenzaba su viaje, se marchaba y su cuerpo por fin descansaría después de ciento un años. Años amables, años emotivos, años de chiquillos y chiquilladas, años de guerra y penurias, años de pobreza, años de amor de hijos, años de esposa, años de viuda. Él volvía para acompañarla en su tránsito, en el viaje definitivo. La luz la envolvía en un abrazo y ella sentía que volvía a ser la joven que una vez fue. Acertó a ver a sus hijos, a su lado, despidiéndose de ella. Su hija, lloraba. Él le sonrió animándola, ya nada importaba, volvían a estar juntos y esta vez para siempre.
Como te entiendo Mon en estos momentos
ResponderEliminarSonia
Un abrazo