Ella sabe... para ella entonces.
Aún humeaba. El vapor se enroscaba elevándose levemente. Su aroma invitaba al relax, al placer de un sorbo amargo, sin azúcar. Ella seguía inmovil. Ni un solo movimiento para alzar la taza. Daba igual. Su mirada perdida al frente. Fija en la pared de baldosas blancas de la cocina. Ella ausente. Totalmente ausente.
Había creido que parar y tomarse un café la ayudaría a pensar o mejor aún a no pensar, a desconectar. Quizás después de aquel pequeño rato sus pensamientos, a mil por hora, volverían a su cauce y todo parecería más sencillo. "¡Ilusa!" - se dijo.
Seguía parada, seguía callada. Esperando. ¿Cuando pararía aquello? se sentía agotada de darle vueltas y más vueltas a todo para no conseguir nada. Se ahogaba, pero no porque no pudiera respirar sino porque era incapaz de gestionar aquella "centrifugadora" en la que se había convertido su mente. Le dolía la cabeza, le dolía fuera real ese dolor o no, porque ya no le quedaba nada por pensar, había agotado los "cuandos", los "y si", los "por qué" y los "cómo". Y no encontraba respuestas. O las que encontraba iban ligadas a otras preguntas y así sin un final, ni tan siquiera en sus noches, que ya eran desde hacía semanas, isomnes.
Finalmente tocó la taza. Quiso abrazarla como siempre que disfrutaba de aquel momento. Para ella siempre había existido un ritual en torno al café. No dejaba que dejara de humear, lo agarraba acariciando la loza, suavemente, cerraba los ojos y se centraba en ese primer sorbo. Un buen rato. Y ese espacio de tiempo siempre atesoraba algo de místico y clarificador.
Quiso hacer lo mismo que hacía siempre pero la taza estaba fría, su café estaba frío. ¿Cuánto tiempo había estado perdida, sumida en los pensamientos que la exclavizaban? Siempre, nunca, antes, ahora... ¿Qué más daba?, ¿Qué sentido tenían esas palabras?
Era obvio que no podía seguir así. No servía de nada. Y peor aún ella no servía de nada, a nadie, no se servía a ella misma y ella era importante. Para sí, por sí misma, ella era valiosa. Se sobresaltó al ser consciente de su último pensamiento... ella era valiosa. Se lo repitió: "soy valiosa"- una, dos, tres, hasta diez veces, cada vez más fuerte, cada vez más alto. Y la dècima vez fue consciente de que se había levantado de un impulso de su silla, que lo había gritado en voz alta y de que ya no había una pared delante suyo. No había pared sino un futuro, un mañana. Había luz y esperanzas y deseos y amores y sueños y quehaceres. Había risas, había ilusiones, había soles. Y ella era valiosa, porque sin ella y sin su impulso, alrededor no había nada. Todo se apagaba. Y no podía permitrlo. No iba a permitirlo.
¡Qué poderosa era su mente! tan traidora y enemiga como había sido durante los últimos meses, en ese café, durante esos minutos, le había dado la llave de su liberación. Volvía. Volvía, de lejos, de muy lejos, de tan lejos que más allá se quedaba corto en espacio y tiempo. Volvía. Apretó los puños. Sentía los pasos de su vuelta, de su retorno y sonaban cada vez más firmes y fuertes.
Ella era valiosa.
Sonrió.
Precioso, como siempre ;-)
ResponderEliminarPuedo ponerme, por un ratito, en la piel de esa mujer valiosa?
ResponderEliminarqué bellas palabras!
Precioso. Me emocionaste, gracias!
ResponderEliminarSe me olvidó comentar que, con tu permiso, lo comparto en la página de mi blog en fb :) Gracias
EliminarCocolina, por supuesto. Encantada de que "me compartas".
EliminarGracias por compartir esto.. es muy valioso, como tú ;)
ResponderEliminarGracias Carol y ¡bienvenida!
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