jueves, 24 de enero de 2013

Piratas

Este cuento es uno de nuestros cuentos "hora de irse a dormir" del verano pasado. Os lo dejo ahora un poquito más aderezado....


Este cuento empieza con la fórmula de todos los cuentos... érase una vez....  un niño llamado Noel.

Y sigue así:

Noel pasaba todos los veranos en casa de su abuelo en un pueblo bañado por las olas del Mar Cantábrico. Un pueblo pequeño pero lleno de estupendos rincones y espacios para jugar. Estupendo porque tenía de todo: playa con su espacio de rocas y todo, un malecón para pasear, muchos parques con columpios, un estupendo carril bici, cantidad de plazas y montes que lo rodeaban. El lugar ideal para pasar mucho tiempo y todas las vacaciones que te dan durante el año sin faltar ni una sola.

En este pueblo venía a da al mar un pequeño río, que durante sus últimos metros se abría en un estuario, hogar perfecto para muchas aves que emigraban en otoño hacia el sur. Noel solía pasear mucho por allí. le gustaba llamar a este paseo " la excursión por el camino de los animales salvajes".

El camino del estuario, que seguían en sus paseos, acababa con un puente junto al mar. Era un estupendo paseo para hacerlo en cualquier momento del año porque cada estación daba al paisaje un encanto especial, encanto que los ojos de niño de Noel exprimían sin que se le escapara ni un solo detalle.

Un otoño, después de observar a las aves buscando comida en el estuario y llegando ya al final del paseo, Noel creyó oír unos ruidos extraños debajo del puente que tan bien conocía. Era raro, muy raro porque toda esa zona era muy tranquila y silenciosa.

Ni corto ni perezoso, Noel corrió como una bala para rodear el puente y meterse debajo siguiendo el sonido de los ruidos que había creído oír.

Y resultó que sus oídos no le habían engañado. Esos ruidos tenían una explicación pero esa explicación no se la hubiera imaginado Noel ni en un millón de años.

Debajo del puente Noel encontró ¡varios piratas! sí, piratas, bucaneros, corsarios, malandrines del mar.

Cabizbajos y pesarosos, los piratas que parecían salidos de cualquier aventura náutica estaban hablando entre ellos. Tenían un serio y grave problema. Eran piratas sin barco. ¡Piratas sin navío! inconcebible.

Noel, valiente y resuelto se acercó a ellos y tras saludarles se ofreció a ayudarles a buscar una solución. Con materiales del propio estuario, con ayuda de su abuelo y los amigos de su abuelo entre los que había profesiones de todo tipo, desde ingenieros a carpinteros... podrían construir un barco que les devolviera al mar... porque como todo el mundo sabe, un pirata sin barco y sin navegar, ni es pirata ni es nada. Los piratas llevan el mar en el corazón y el salitre del agua pegado a la piel. Necesitan navegar como los peces estar en el mar para poder seguir respirando.

Durante los siguientes meses Noel supervisó todo un trabajo frenético junto al puente del estuario. Viajaba al pueblo de su abuelo cada fin de semana, cada día de vacaciones que tenía, aprovechaba cada momento libre que el cole y sus obligaciones de niño mayor le dejaban. Fue un otoño y un invierno diferente, maravilloso, de mutuo aprendizaje para todos los miembros embarcados en la pequeña aventura de la construcción del bajel (como le llamaba el abuelo, que se sabía unos poemas preciosos, de otros lugares, personas y tiempos). Los días, cortos y lluviosos, corrieron velozmente dando paso sin que nadie se diera cuenta a una luminosa primavera. Y en mitad de esa primavera llegó el día en el que botaron el nuevo y reluciente barco pirata.

Noel se quedó agitando la mano, despidiendo a aquella pandilla de bucaneros durante mucho tiempo,  incluso cuando ya hacía rato que el barco había pasado a ser un puntito en el horizonte que llegó a desaparecer. 

Se sentía extraño. Por un lado estaba tan contento de que los piratas tuvieran por fin su galeón pero por otro, ese mismo sueño pirata cumplido los alejaba de su lado.

Pasado un tiempo, un día, a la vuelta del cole Noel se encontró en el buzón de su casa una carta y un paquete: 

En la carta los piratas que había conocido y a los que había ayudado le contaban felices y agradecidos que habían viajado hasta el mar caribe, asentándose en una de las islas más apreciadas por los filibusteros. Nada más y nada menos que Isla Tortuga, a pocas millas, de las islas Caimán y fuera de todos los mapas conocidos de la zona. En isla Tortuga, le informaban, resultaron ganadores del concurso galeón ecológico del año. Como premio, además de un diploma para cada uno, les habían ofrecido un cofre lleno de monedas de oro. Y como todo se debía a su ayuda y a su amistad, los bucaneros le hacían llegar un presente de agradecimiento. 

Noel, impaciente, abrió el paquete y se encontró un pequeño cofre de madera con una moneda de oro, una caracola y una estrella de mar.

Como cronista improvisada tengo que contar para finalizar este cuento, que Noel, nuestro protagonista,  creció, se hizo mayor y un hombre de bien y si algún día vais de visita encontrareis en su salón el cofre, con su moneda de oro, su caracola y su estrella de mar.

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