martes, 2 de abril de 2013

El cuadro

- Este será mi último cuadro Carolina.

Al oírle decir eso, un escalofrío me recorrió la espalda. Resultaba terriblemente agorero.

- Ya no me siguen las facultades.- Siguió diciendo, en bajo.

Abrí la boca para contestarle casi como en un acto reflejo de protesta... pero me quedé pensativa, esperando que prosiguiera  Él se quedó callado mirando al frente, al cuadro que tenía delante, con los brazos detrás, agarrándose las manos, en una postura que a mis hijos les gustaba imitar. Era tan suya.

Esa siguiente frase tampoco fue de mi agrado. Amaba pintar tanto como leer. Si dejaba de realizar una de sus dos pasiones, era un oscuro augurio de lo que estaba sucediendo. Ya no solo era mayor, sino que él se sentía mayor. 

Creo que de hecho se sentía en "tiempo de descuento", despidiendo a mucha gente que se le estaba yendo. Se sabía al final del camino y esa sensación de despedida se había instalado a su alrededor, en una especie de aura, con la que transmitía una tristeza indefinida que no me gustaba y que me empeñaba en no ver.

El cuadro que había elegido como despedida era precisamente para mí y era un cuadro muy especial para él. También lo era para mí puesto que ya había visto uno igual en las paredes de casa desde niña. Lo había pintado él hacía años, en tonos verdes y amarillos. Mi recuerdo infantil evoca un rostro, infantil también. Muy dulce. En realidad es la cara de La Piedad de Miguel Ángel, que se encuentra en el Vaticano.

He estado frente a la Piedad en tres ocasiones, fascinada por ese rostro las tres. Esa cara, ese perfil, esos rasgos. Una composición general desgarradora y un rostro infinitamente dulce, sereno y angelical.
Hace poco, se lo pedí, sentí la necesidad de tener conmigo un cuadro lleno de sus pinceladas, para mi cuarto. Lleno de sus pinceladas en concreto, hecho por esas manos grandes, ya viejas, que tanto habían vivido, que tantas veces me habían acariciado, abrazado y cuidado.

Fue casi una revelación darme cuenta de que ambos reverenciábamos la expresión de ese rostro, que a ambos nos llamaba, de una manera silenciosa. Un detalle más de todo lo que nos parecíamos, más allá de que fuéramos palo y astilla, sangre de sangre. Igual que ahora veía y comprobaba a diario con mi hijo mayor.

Mirando el boceto del cuadro quise decirle que no dejara de pintar, que no envejeciera, que luchara contra el tiempo y que siguiera siendo el mismo de siempre, el que mis ojos de niña seguían viendo a diario y se resistían a dejar de ver. 

Pero su tono de voz, me dejó con la frase en la boca, sin llegar a pronunciarla. Me limité a abrazarle y cambiar de conversación mientras pensaba que debía dejar de engañarme y dejarle hacer.


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