Hace ya varios años atrás escribí dos pequeños cuentos que llamé "Dos pequeños pedazos de mi corazón". En ellos hablaba de mi experiencia maternal con la lactancia materna. En nuestro caso con la lactancia materna prolongada con mi hijo mayor.
Hoy quiero contaros otro pequeño cuento, en el que vuelco mis sentimientos con el fin de la lactancia materna de mi hijo pequeño, experiencia prolongada también.
Cuando te ves inmersa en lactancias largas, las etapas dentro de la misma evolucionan y estrechas un vínculo muy fuerte, lo que te lleva a tener sentimientos muy encontrados cuando esa etapa llega a su fin.
Espero que os guste.
Edito para escribir una dedicatoria: Quiero dedicar este cuento a Gemma, que navega en su propio destete y a Mar que navega en sus emociones para decidir. A ambas, os quiero mucho.
Edito para escribir una dedicatoria: Quiero dedicar este cuento a Gemma, que navega en su propio destete y a Mar que navega en sus emociones para decidir. A ambas, os quiero mucho.
Primavera temprana, cae la noche, un día de abril.
Una mujer suspira en soledad junto a un riachuelo, buscando no sabe bien si desahogo o algún consuelo. Tiene cierta actitud preocupada.
Un árbol junto a ella, el viejo Sauce que la ha visto crecer, agita ramas mientras le pregunta: - Mujer, hija de la luna ¿qué te sucede?
La corriente de agua, notando los suspiros en su superficie, murmura a su paso: - Mujer, hija de la luna ¿Qué te sucede?
El viento fresco de la noche, enredándose en su pelo, le susurra: - Mujer, hija de la luna, ¿Qué te sucede?
Al observar que su desazón continúa, vuelven a hacerle insistentemente la misma pregunta:
- ¿Qué sucede? Mujer, Hija de la Luna.
La mujer, bajito, sin apenas voz audible contesta:
- Durante treinta y seis meses he alimentado a mi hijo pequeño con las mieles de mi pecho pero hube de interrumpirlo por salud, puesto que enfermé y era necesario.
El Viento, decide soplar algo más fuerte, más alto y aparta nubes.
En el horizonte, llena, luminosa, blanca y enorme, aparece la Luna. Ilumina a la mujer y le habla:
- Mujer, hija mía ¿por qué penas?
La mujer vuelve a responder:
- Durante treinta y seis meses he alimentado a mi hijo pequeño con las mieles de mi pecho pero hube de interrumpirlo porque enfermé. Y terminó.
La luna, dulce, le replica: - ¿acaso alguien te culpa?
Y la madre, encoje suavemente los hombros y suspira. - Nadie salvo yo misma. Mis pechos gritan, Mi regazo, mis manos... mi cabeza rebosa de pensamientos y mi corazón de sentimientos contradictorios.
El astro nocturno, con voz maternal y condescendiente y aún más luminosa comienza a hablar.
- Durante tiempo te vi alimentarle, dice la luna, de leche y amor eterno, pero la Vida nos da y la Vida nos quita. No siempre sucede lo que deseamos cuando queremos o nos conviene. La Vida Es, por sí misma, con sus baches, sus piedras en el camino, sus alegrías, sus sorpresas.
Llora todas tus lágrimas, hija mía. No niegues tu pérdida, ni tu duelo por la etapa que cerraste. Despídela. Sin culpas, sin remordimientos. Después convierte esta tristeza de tus lágrimas en serenidad y fuerza. Tu regazo, tus brazos, tu contacto sigue y persiste. Vuestro vínculo queda cerrado en círculo, aposentado. Confirmado.
Seca tus lágrimas, hija mía, hija de la Luna y mira crecer a tu hermoso hijo, orgullosa de tu poder, Mujer.
Hermosa! Es un lujo leerte. Celebra estos 3 años de lactancia compartida, el vínculo sigue y ha quedado para siempre.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande y espero que te mejores pronto!
Gracias por leer el cuentito Ileana. Tu abrazo me hace sentir mejor, es el calor y el cariño que necesito. Te aseguro que lo siento como si estuvieras conmigo ahora.
EliminarMe ha gustado mucho el cuento. Sobre todo el penúltimo párrafo, que define lo que yo sentí al cerrar la última lactancia. ¡Ánimo!
ResponderEliminarHola Irabela.
EliminarEntonces.... me entendiste perfectamente.
Un abrazo