Mi niño: llegaste y me recordaste que los cuentos existían y que los sueños, a veces no sólo se cumplían sino que eran incluso mejores de lo que una hubiera podido desear: Para ti, por ti, por devolverme un sueño.
Había una vez un niño que tenía un único deseo, un único sueño, tener un cuento. Amaba los libros, amaba las historias que leía a escondidas en su cuarto cada vez que podía, al volver de la escuela y tras ayudar a sus padres en sus tareas porque eran pobres y todos colaboraban en el bienestar de los demás. Cada noche, en su humilde cama, miraba el reflejo de la luna que se colaba con sus rayos en su pequeña habitación. Soñaba con un cuento pensado y escrito para él, con su nombre como protagonista. No le importaba ser pirata o granjero, príncipe o plebeyo, caballero o escudero con tal de ser honesto, generoso y feliz.
Una desapacible noche de otoño, ventosa y lluviosa unos golpes acabaron con el silencio de la casa durante el descanso de sus moradores. El niño, lejos de tener miedo y quedarse en su habitación, se levantó sigilosamente y descalzo se acercó a abrir la puerta. Fuera, empapado había un anciano, de larga barba gris, que le sonreía con los ojos y que con voz grave le pidió que le dejara descansar un rato dentro de la casa mientras dejaba de llover. El niño, siguiendo las enseñanzas de sus padres e intuyendo la bondad y la necesidad del extraño, se hizo a un lado y ademán para que entrara a calentarse junto al fuego. Mientras el anciano se acomodaba junto al fuego y suspiraba al verse resguardado de la lluvia, y junto al calor de un hogar, le acercó algo de comer y beber. El anciano agradecido, tomó las viandas mientras el niño, silencioso, esperaba. Al acabar, ambos se sentaron junto al fuego, en silencio, durante un rato. De pronto sonó la voz del niño, que despacio y bajito, le contó su secreto, su deseo, le contó que quería tener un cuento para él. Y mientras le hablaba de su deseo, el sueño le fue invadiendo y se quedó dormido junto al anciano.
A la mañana siguiente, le despertó la luz del sol. Estaba en su cama, era tarde y el niño se levantó veloz para atender a su inesperado huésped y ofrecerle un buen desayuno. Mientras bajaba de la cama, un papel cayó al suelo desde la almohada. En el papel, con letra fina y elegante, había escrito un cuento que comenzaba así:
“Había una vez un niño que tenía un único deseo, un único sueño, tener un cuento…..”
Había una vez un niño que tenía un único deseo, un único sueño, tener un cuento. Amaba los libros, amaba las historias que leía a escondidas en su cuarto cada vez que podía, al volver de la escuela y tras ayudar a sus padres en sus tareas porque eran pobres y todos colaboraban en el bienestar de los demás. Cada noche, en su humilde cama, miraba el reflejo de la luna que se colaba con sus rayos en su pequeña habitación. Soñaba con un cuento pensado y escrito para él, con su nombre como protagonista. No le importaba ser pirata o granjero, príncipe o plebeyo, caballero o escudero con tal de ser honesto, generoso y feliz.
Una desapacible noche de otoño, ventosa y lluviosa unos golpes acabaron con el silencio de la casa durante el descanso de sus moradores. El niño, lejos de tener miedo y quedarse en su habitación, se levantó sigilosamente y descalzo se acercó a abrir la puerta. Fuera, empapado había un anciano, de larga barba gris, que le sonreía con los ojos y que con voz grave le pidió que le dejara descansar un rato dentro de la casa mientras dejaba de llover. El niño, siguiendo las enseñanzas de sus padres e intuyendo la bondad y la necesidad del extraño, se hizo a un lado y ademán para que entrara a calentarse junto al fuego. Mientras el anciano se acomodaba junto al fuego y suspiraba al verse resguardado de la lluvia, y junto al calor de un hogar, le acercó algo de comer y beber. El anciano agradecido, tomó las viandas mientras el niño, silencioso, esperaba. Al acabar, ambos se sentaron junto al fuego, en silencio, durante un rato. De pronto sonó la voz del niño, que despacio y bajito, le contó su secreto, su deseo, le contó que quería tener un cuento para él. Y mientras le hablaba de su deseo, el sueño le fue invadiendo y se quedó dormido junto al anciano.
A la mañana siguiente, le despertó la luz del sol. Estaba en su cama, era tarde y el niño se levantó veloz para atender a su inesperado huésped y ofrecerle un buen desayuno. Mientras bajaba de la cama, un papel cayó al suelo desde la almohada. En el papel, con letra fina y elegante, había escrito un cuento que comenzaba así:
“Había una vez un niño que tenía un único deseo, un único sueño, tener un cuento…..”
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