Érase una vez un niño con un don muy especial. Desde que nació fue un bebé muy sensible. Cuando comenzó a hablar sus papás vieron que se comportaba de manera algo extraña con los adultos. Su hijo parecía tener una especial intuición con los adultos que se encontraban a su alrededor.
Una tarde salió a pasear con su mamá y en el parque que frecuentaban se encontraron con una señora con la que su mamá hablaba a menudo. Era amiga de la familia. Su mamá tenía tanta confianza que la trataba como a sus parientes más cercanos. Sin embargo la mirada de la señora escondía en el fondo un extraño brillo gélido que pasaba desapercibido para la mayoría de la gente. Mamá le pidió que le diera un beso a aquella mujer de mirada fría y nariz aguileña pero el niño sentía desconfianza. Era roja como la ira o como el odio. Cuando la señora, agachándose, le ofreció la mejilla, el niño se apartó diciendo - ¡no! – y salió corriendo.
La mamá del niño se disculpó como pudo y fue tras él. Tras alcanzarlo, se sentó en un banco para preguntarle por lo sucedido. Normalmente era un niño cariñoso y atento y su madre no entendía semejante comportamiento. El niño, sentado junto a ella, la miró muy serio y le explicó: - Mamá, no puedo dar un beso a esa señora, es roja. – y se echó a llorar.
Su madre, perpleja, no comprendía qué significaba ser roja y extrañada intentó profundizar en la conversación. Le preguntó si todo el mundo era rojo. El niño contestó la gente solía tener dos colores e insistió que la señora era roja. Luego le preguntó de qué color era ella y el niño sonrió ampliamente y le contestó: - mamá, tú eres blanca, sí, blanca. Eres mi mamá, me quieres mucho y eres muy buena. Eres blanca, insistió asintiendo con firmeza.
La conversación aquel día terminó con un gran abrazo de su madre. Pero poco tiempo después la señora, que habían visto aquel día en el parque, traicionó a la familia del niño y entonces fue cuando la mamá terminó por entender del todo a su hijo. La señora que encontraron en el parque tenía un corazón frío y mucha envidia y o demostró con la traición. Su mamá, en cambio, era blanca porque tenía un corazón hermoso, era dulce, cariñosa, divertida y comprensiva.
Efectivamente, el niño veía a la gente roja o blanca en función del grado de bondad y de belleza que anidaba en sus corazones.
Una tarde salió a pasear con su mamá y en el parque que frecuentaban se encontraron con una señora con la que su mamá hablaba a menudo. Era amiga de la familia. Su mamá tenía tanta confianza que la trataba como a sus parientes más cercanos. Sin embargo la mirada de la señora escondía en el fondo un extraño brillo gélido que pasaba desapercibido para la mayoría de la gente. Mamá le pidió que le diera un beso a aquella mujer de mirada fría y nariz aguileña pero el niño sentía desconfianza. Era roja como la ira o como el odio. Cuando la señora, agachándose, le ofreció la mejilla, el niño se apartó diciendo - ¡no! – y salió corriendo.
La mamá del niño se disculpó como pudo y fue tras él. Tras alcanzarlo, se sentó en un banco para preguntarle por lo sucedido. Normalmente era un niño cariñoso y atento y su madre no entendía semejante comportamiento. El niño, sentado junto a ella, la miró muy serio y le explicó: - Mamá, no puedo dar un beso a esa señora, es roja. – y se echó a llorar.
Su madre, perpleja, no comprendía qué significaba ser roja y extrañada intentó profundizar en la conversación. Le preguntó si todo el mundo era rojo. El niño contestó la gente solía tener dos colores e insistió que la señora era roja. Luego le preguntó de qué color era ella y el niño sonrió ampliamente y le contestó: - mamá, tú eres blanca, sí, blanca. Eres mi mamá, me quieres mucho y eres muy buena. Eres blanca, insistió asintiendo con firmeza.
La conversación aquel día terminó con un gran abrazo de su madre. Pero poco tiempo después la señora, que habían visto aquel día en el parque, traicionó a la familia del niño y entonces fue cuando la mamá terminó por entender del todo a su hijo. La señora que encontraron en el parque tenía un corazón frío y mucha envidia y o demostró con la traición. Su mamá, en cambio, era blanca porque tenía un corazón hermoso, era dulce, cariñosa, divertida y comprensiva.
Efectivamente, el niño veía a la gente roja o blanca en función del grado de bondad y de belleza que anidaba en sus corazones.
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