jueves, 5 de noviembre de 2009

La desconocida

Redacté este relato para un concurso, sin mucho éxito...... He pensado en modificarlo un poco, puliendo esas imprecisiones que quizás no supe ver..... pero por otro lado, prefiero dejarlo así.

La veía a diario, no fallaba ni un solo día.

Coincidían en el autobús de primera hora de la mañana, que les llevaba a ambos a Donosti, de lunes a viernes. Ella subía justo una parada después de la suya. Sonreía educadamente mientras pagaba su billete y se sentaba siempre en el primer asiento, sola, al otro lado del pasillo. Una vez instalada, dejaba sus cosas en el asiento contiguo, giraba la cabeza y no se despegaba de la ventana ni del paisaje de la carretera hasta que llegaban al final del recorrido. Bajaban en la misma parada, la última, la de la estación de autobuses de Amara pero siempre la perdía entre los viajeros que bajaban a la vez que ellos. Así día tras día, mañana tras mañana, salvo los fines de semana. El mismo trayecto, el mismo autobús azul para ambos. Juntos en la ida pero nunca a la vuelta. Probablemente su deseo era demasiado pedir.

Era una chica joven con un rostro bien cincelado, ni alta ni baja, ni gorda ni delgada, con el pelo castaño claro y recogido en una coleta baja. Solía ir bien vestida, con mucho estilo pero siempre sola, siempre con la cara girada hacia la ventana. Era extraña esa necesidad de pasar desapercibida. Parecía querer rehuir al autobús entero, como si no se atreviera a mirar a nadie, como si escapara de sostener la mirada, aunque solo fuera por una casualidad.
Curiosamente esa cara que se escondía tenía un halo pensativo y dulce que lo había atrapado. Se sentía incapaz de dejar de buscarla cada mañana aunque ella se agazapara en el asiento y se dejara llevar perdida en sus pensamientos.

En el interior del autobús solían resonar distintas conversaciones a veces incluso demasiado bulliciosas a primera hora de la mañana cuando aún se sube somnoliento. Se podía escuchar como golpeaba la lluvia en las ventanas durante los días fríos de invierno o ver la Concha en los días de sol o en los de fuerte temporal, siempre igual de bella. Incluso resultaba interesante observar a personas tan distintas entre sí, mayores, jóvenes, niños. Si sabías mirar, el viaje en autobús era tremendamente ameno. A ella, sin embargo, no parecía importarle nada, no reaccionaba en ninguna situación, ni tan siquiera cuando le preguntaban si el asiento contiguo estaba libre. Retiraba en silencio sus cosas y listo.

Esa joven le intrigaba. ¿Quién sería?, ¿dónde viviría?, ¿cómo serían sus días? y ¿sus noches?, ¿qué clase de vida tendría?. Fantaseaba con una media sonrisa en su cara intentando dar respuesta a tantas preguntas. A veces se la imaginaba viviendo en familia, con sus padres. O con una pareja, perdidamente enamorada. Otras sola paseando por la playa con un perro grande e inquieto saltando ante ella para llamar su atención. Imaginaba vidas sencillas para ella, buscando los finales más felices. Al verla sentía una punzadita sin identificar, un presentimiento vago, no era capaz de precisar más. ¿Acaso la conocería de la infancia? ¿Quizás el presentimiento era una señal?

En alguna ocasión quiso acercarse para sentirla mejor, y ¿por qué no?, entablar algo de conversación. ¿Cómo sería su voz?, ¿qué podrían tener en común?, ¿se podrían llevar bien?, ¿descubrirían que eran almas gemelas o por el contrario en cuanto la conociera más, todo ese halo de misterio se desvanecería y este pequeño juego de adivinanzas perdería toda la gracia?. Al final, justo cuando se incorporaba para comentarle cualquier tontería con tal de oír su voz, se acobardaba y seguía escuchando la música que llevaba en su teléfono móvil mientras intentaba, haciendo un esfuerzo, disimular el movimiento de incorporación que acababa de comenzar. De tanto observarla tenía miedo de que se diera cuenta y no volviera a verla más. Lo máximo que se había atrevido a hacer, de manera tonta e impulsiva, fue sentarse como mucho un par de asientos detrás de ella. ¿Cómo podía afectarle tanto la presencia de una desconocida?

Nunca supo cuantos meses estuvo observándola, día tras día, invariablemente. Llegó casi a obsesionarse con ella, con el misterio que la envolvía, tan quieta, tan hierática, tan callada…. Nunca supo, por más que imaginó, que acabaría sabiendo quién se escondía en ese asiento del autobús, justo de esa forma. Nunca imaginó que no acertaría con ninguna de las vidas que había inventado para ella. Sus vidas sencillas con familia, con amigos, con pareja, con mascota, se vinieron abajo como un castillo de naipes derribado por un soplo de aire. Incluso años después de todo lo sucedido, sonreía pensando en que jamás llegó a imaginar un final tan distinto para su pequeña historia con la joven desconocida.

La respuesta a sus preguntas retóricas llegó un mediodía de domingo, a la hora del aperitivo. Justo cuando ya se había acostumbrado a sentirse acompañado por ella en sus traslados y en sus mañanas y la había convertido, en su fuero interno, en una conocida y compañera de viaje.

Ese domingo, cuando encendió el televisor, se topó con la última hora en las noticias. Llevaban días en búsqueda y captura. Los habían detenido justo cuando pensaban embarcar en un vuelo hacia Brasil. Él era un hombre alto y de complexión atlética, moreno, de rostro atractivo y una mirada desafiante y poderosa. Caminando detrás de él, agarrada a ambos lados por una pareja de policías, un rostro tan bien cincelado, una mujer ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, con una coleta espesa de pelo castaño claro…..No se lo podía creer, cambió de canal para poder ver la misma noticia en distintos telediarios. Era tan inverosímil, de hecho era imposible creer en semejante coincidencia. Era una cómica casualidad, alguien que se pareciera mucho, sin más, pero cuanto más miraba la imagen de la televisión, más se clavaba en su mente el pensamiento inequívoco de que era ella.

Sí, la chica del halo dulce, detenida, esposada, a cara descubierta, la chica que tantas veces había visto en su autobús azul de línea, tantas mañanas, tantos días, tantas semanas, a la que había imaginado mil vidas pero desde luego nunca esa precisamente. Llevaba una visera intentando tapar parte del rostro, aunque no lo conseguía, y el pelo recogido. Había visto esa misma cara ladeada que enfocaba la cámara, ese cuerpo, esos hombros durante tantos días, la había observado con tanto detenimiento que no podía equivocarse.

Fue en ese preciso instante cuando se percató de que había dejado de verla en el autobús justo el mismo día del robo. La echó de menos los dos primeros días pero enseguida se convenció de que podía estar enferma, un catarro, por ejemplo, que la podía tener fastidiada en casa. Su propia explicación le había parecido tan lógica, dada la época del año, que se la creyó a pies juntillas y dejó de pensar en ella, sabiendo que en unos días la tendría de nuevo sentada donde siempre. Era increíble, no podía quitar la mirada de la pantalla. No tenía la menor duda, era ella, no estaba acatarrada en casa. Ese domingo, no fue ya un domingo cualquiera.

Hacía unos días había desaparecido una directora de sucursal de uno de los bancos de la capital con una más que considerable cantidad de dinero en metálico, acciones y bonos. Ni más ni menos que un desfalco. Para los vecinos, la noticia había corrido de boca en boca. Era un pueblo tranquilo, con escasas noticias de sucesos y una noticia así tan cerca, no tenía desperdicio. Los periódicos después de la desaparición apenas habían podido ofrecer novedades en sus titulares. Y de golpe se encontraba a su desconocida detenida precisamente por ese delito. ¿La desconocida era una estafadora?. ¿Quién era el hombre con quien la habían detenido?

A la mañana siguiente, en el mismo autobús azul de todos los días, en el mismo recorrido de todos los días, alzó la mirada en la siguiente parada a la suya. Y en décimas de segundo, cuando subieron ya todos los nuevos viajeros, se percató de que su chica sencilla no estaba entre ellos y volvió a pensar que era ella, la de la mirada dulce y el rostro bien cincelado y asintiendo se dijo nuevamente, no estaba acatarrada, no, no lo estaba. Y ese trayecto ya no volvió a ser lo mismo.

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