viernes, 17 de mayo de 2013

Nágolas el dragón de luz


Para Berta y Marian. 

Para todos aquellos maestros-guía de nuestros hijos, que aman su vocación y se vuelcan a diario con los niños. 

Y para N. por ese "bache" que has pasado y que tan preocupada me ha tenido.Ojalá pudiera ilustrar este cuento tan largo para hacerlo más sencillo y cortito y poder contártelo como a ti te gusta ¡con dibujos!. No olvides nunca ser como el ave fénix.


Nota de la autora : Los dibujos de este cuento son cortesía de mi hijo mayor N.



Erase una vez...

... una isla más allá de la línea del horizonte del mar. Fuera del espacio por el que nos movemos, al margen del tiempo que medimos. Protegida en la costa por altos acantilados, Isla Dargo era el hogar de los dragones más antiguos del mundo.  La habitaban distintos seres mágicos pero sobre todo era la morada de unos dragones pacíficos, valientes y sabios, agrupados en diferentes linajes, que es lo mismo que decir, familias:

El linaje amarillo, los dragones de la luz.
El linaje verde, los dragones del bosque y las montañas.
El linaje rojo, los dragones del fuego.
El linaje azul, los dragones del agua.
El linaje plata, los dragones reales del aire.

El protagonista de nuestra historia se llamaba Nágolas, un pequeño dragón de luz, que iba a cumplir seis años en cuanto pasara una luna entera más.

Le gustaba observar los caracoles del bosque, pasear junto a la orilla del mar buscando conchas y caracolas, los cuentos y las estrellas. No le gustaba estar solo, ni la oscuridad y le daban miedo los insectos si se acercaban demasiado.

Había sido el miembro menor de toda su estirpe hasta que llegó su hermano pequeño, Nan. De eso hacía ya dos años.

Era difícil ser el hermano mayor. Él sentía que todo había cambiado. Ya no era el único dragoncito de la familia, ni el más pequeño. Tenía que compartir el tiempo y el cariño de sus papás, sus juguetes y todas sus cosas. Nan además siempre quería todo lo que él tenía entre las garras. ¿Y si ya nadie se preocupaba por él? ¿Y si le dejaban de querer?

Él también estaba creciendo. Sentía mucha curiosidad por todo y se hacía muchas preguntas. Crecer era complicado y se sentían muchas cosas diferentes. A veces era divertido, ser mayor significaba ser más libre y hacer más cosas solo que antes no le dejaban. Otras veces daba un poco de miedo porque ser pequeño le aseguraba estar cerca de mamá y seguir haciendo cosas fáciles y conocidas. Que todo el mundo le recordara lo grande y mayor que era, a veces, le hacía sentir chiquito. ¿Y si no conseguía hacer todo bien? ¿Y si hacerse mayor era cambiar demasiado o hacerse malo?.

Asistía a una escuela de dragones, cerca de su "casa-hogar". Era una gran escuela-castillo, de grandes torres y espacios, rodeada de hermosos árboles y hierba alrededor. Los profesores de los dragones mayores eran magos y magas, mientras que los duendes y las hadas se encargaban de los más pequeños.  Los mayores estudiaban en la Gran Escuela mientras que los pequeños disfrutaban de su propio espacio en una encantadora casa pensada exclusivamente para ellos. Había además un gnomo jardinero que se encargaba de todo el exterior del lugar.


Nágolas pertenecía a la clase de los dragones amarillos y el Hada Táber era su maestra. Junto a ellos estudiaban los dragones azules y los cuidaba el hada Maryona. Como todas las hadas, las dos eran dulces y cuidadosas con sus alumnos. Aparecían cada mañana con la sonrisa más luminosa del mundo, para animarles a entrar en la escuela. Se inventaban mil juegos y mil tareas diferentes. Cuidaban de todos y cada uno de ellos y procuraban que los dragones entendieran la importancia de llegar a ser buenos y sabios dragones.


Nuestro dragón siempre había sido feliz, encantado de llegar a su clase cada día, hasta que una mañana, para sorpresa de todos, dejó de ser así.

Nágolas lloraba diminutas y brillantes gotas de luz cada mañana a la puerta de su colegio, cuando se separaba de su mamá. No quería separarse ni un segundo de ella y además a veces en clase se aburría un poco. Táber se acercaba a buscarle y le abrazaba mientras entraba con él, contándole las cosas que harían aquel día. Maryona, mientras vigilaba a los dragones azules, le sonreía intentando trasmitirle confianza en su entrada.

En la asamblea de noticias de clase Nágolas hablaba de Nan, su hermano pequeño, de sus ganas de quedarse en casa y de lo enfadado que estaba aunque a veces no sabía el motivo. Táber le preguntaba para que pudiera desahogarse y contar cómo se sentía. Los demás dragones también contaban cosas de sus hermanos y así todos compartían sus experiencias como hermanos mayores o pequeños.

Durante muchas mañanas dos pequeñas y cabezotas dragonas amigas suyas, sordas a sus gruñidos, intentaban convencerlo de que no estuviera triste y como dos eficientes guardianas le acompañaban para que no se sintiera solo, con Táber delante abriendo camino.

Cuando volvían a casa el dragón contaba que lo había pasado fenomenal y que había sido un buen día con sus compañeros pero al día siguiente replegaba sus alas escondiéndose tras su mamá, mirando con desconfianza la idea de un nuevo día en el colegio.

Las maestras y su mamá estaban preocupadas y le acompañaban y mimaban, pero pasaba el tiempo y Nágolas seguía triste y enfadado con el mundo entero. Ni siquiera le consolaban las excursiones que hacían por Isla Dargo las clases de los dos linajes, Amarillo-luz y Azul-mar y eso que las hadas siempre tenían cosas interesantes que contar de la historia y el pasado del islote.

Una mañana en la que se resistía a soltarse de la garra de su madre, ella le llevó junto al árbol de los juegos y le pidió que escuchara una leyenda. Le habló de un animal mitológico y misterioso: el ave fénix. ¡Un pájaro de fuego! con alas y una gran cola de fuego. Un ave mágica que resurgía de sus propias cenizas y volvía a nacer y volar desplegando en el cielo sus impresionantes alas. 

Nágolas se quedó pensativo un momento y luego entró en el colegio muy serio mientras su mamá se preguntaba si habría entendido lo que le quería decir, su deseo de que su cría volviera a ser el dragón feliz de siempre. Y eso, solo dependía de él y su actitud. Aquella misma tarde Nágolas les contó a sus amigos la historia de ese animal que "cuando se equivocaba o tenía miedo", resurgía de sus cenizas para volver a nacer.

Las hadas Táber y Maryona le leían cuentos sobre las emociones y jugaban con él y sus compañeros a hacer representaciones y teatros.

Pasaron los días, uno tras otro, despacio. El invierno de la isla se despidió dando paso a una primavera que trajo las primeras flores. Y, de pronto, las flores trajeron una gran novedad: al igual que la tristeza de Nágolas llegó sin avisar, se marchó con la nueva estación. Desapareció en el mismo instante en el que el dragón volvía a recuperar poco a poco su confianza y su alegría.


4 comentarios:

  1. Bello! No tengo palabras.
    Un abrazo muy fuerte para ti y N. Me alegra saber que la primavera ha traído tan maravilloso regalo.

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  2. Precioso!! Me alegro que haya llegado la primavera.
    Abril

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  3. Muy bonito Mon, probaremos con mi dragoncete...jijiji

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